Alcalá Venceslada y la literatura infantil

3. CONCLUSIÓN

Quizá la literatura infantil de los años treinta no se preocupó demasiado por las estrategias de acercamiento a la lectura. Lo que sí tenemos claro es que el conocimiento de los clásicos y de la literatura de fechas pasadas puede ser ―y, de hecho, así lo es― un buen estimulante para aficionar a la lectura a los niños y jóvenes de hoy. Además, las posibilidades que ofrecen obras como la que aquí hemos presentado son múltiples. En primer lugar, las didácticas y morales, cualidades intrínsecas del género apológico. Conviene recordar que la intención fundamental de la literatura infantil en sus inicios fue didáctica y moralizadora. Esta intención, actualmente, parece estar en un segundo plano, frente al deseo unánime de crear estrategias para acercar al niño y al joven al hecho literario, deseo encomiable, aunque nunca están de más las lecciones que pueden dar textos como los que aquí comentamos para el enriquecimiento y desarrollo personal de este tipo de lectores.

Pero, independientemente de esta cualidad intrínseca, tenemos también las posibilidades pedagógicas, como el acercamiento al saber popular, es decir, el conocimiento de temas de las literaturas populares universales y de productos del saber popular estudiados por esa ciencia desconocida llamada folclore, a saber, el léxico y los refranes, tan olvidados ya por culpa del progreso, que unifica las sociedades y culturas y, por ende, las priva paulatinamente de sus diferencias específicas. Ya nos lo había advertido Alcalá Venceslada en el «Prologuillo» de Cuentos de Maricastaña. Primeramente, el uso del saber popular para fines literarios ―hecho que aparece en la práctica totalidad de su obra. Finalmente, no sólo para los niños, sino también para los mayores, se hicieron los Cuentos de Maricastaña, porque todos en suma aprenderán de la riqueza del saber popular, que, desgraciadamente, se está perdiendo.